Lo fingido verdadero, una alegría para el espectador Sabido es que el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro pretende ofrecer año a año lo mejor del panorama profesional que hay sobre el teatro de los siglos XVI y XVII. Y una de sus secciones más interesantes, a mi juicio, es la abierta por la anterior directora, Natalia Menéndez, que el equipo del festival, con Ignacio García a la cabeza, ha mantenido con todo acierto. Se trata de la sección “Almagro off”, que presta su atención a nuevos modos de poner en escena a nuestros clásicos, y que, por tanto, abre la puerta a jóvenes profesionales directoras y directores, actores y actrices que sienten amor supremo por nuestros autores áureos, pero que les bulle en la sangre una renovación de cómo estos deben ser leídos, interpretados y llevados al escenario para trasmitir el mensaje que los espectadores de hoy debemos recibir como personas del siglo XXI en el que estamos. Con frecuencia son representaciones que traen aire fresco, vigor impetuoso, sangre nueva acompañada, eso sí, del rigor, el estudio y el trabajo que toda empresa teatral requiere. Los primeros pasos profesionales de los que quieren dedicarse, con o sin exclusividad, al teatro clásico son difíciles y llenos de obstáculos, y esta sección off del festival de Almagro es una plataforma magnífica para estos jóvenes y, desde luego, para muchos de los espectadores que llenamos los espacios del festival. La sección off de este año nos ha traído una sorpresa y una alegría. Para los que amamos y admiramos el teatro clásico es un gozo ver cómo en una misma edición conviven varias puestas en escena de un mismo texto, algo casi imposible de tener en la programación de un teatro comercial e incluso institucional a lo largo de una misma temporada. Es algo frecuente en los festivales, aunque quizá no con tanta reiteración como en Almagro, quizá por el gran número de espectáculos que se programan. Por ejemplo, este año hemos podido asistir a dos muy distintas versiones de La vida es sueño, una dirigida por Mariano de Paco, con la compañía “Teatro Círculo” de EE.UU. y otra de la compañía chilena “Teatro de La Calderona” dirigida por Macarena Baeza. La riqueza que estas experiencias ofrecen al espectador es mucha, ya que comprueba las distintas lecturas, las muy variadas opciones y las muy distintas realizaciones que cada director hace con grupos de actores y actrices tan distintos también a la vez. Toda una experiencia que, hace años, se llevó al extremo, y con cierto riesgo, en las “Jornadas de Teatro del Siglo de Oro” de Almería, cuando en una misma función se representaron tres versiones de la Mojiganga de la muerte, de Calderón de la Barca, montada por el TEU de Sevilla, la ESAD de Murcia y la RESAD de Madrid, probablemente uno de los momentos más brillantes y recordables de este festival hoy casi extinto. Y en este aspecto, la edición del festival de Almagro de este año nos ha ofrecido otra agradable sorpresa: poder ver Lo fingido verdadero, de Lope de Vega, en dos versiones radicalmente distintas y puede que hasta opuestas en bastantes aspectos. Pero vayamos por partes. Con motivo o sin él, Lo fingido verdadero, no es desde luego una obra frecuente en los repertorios de las compañías actuales. Las razones podrían ser muy distintas, pero, lanzándome a la piscina, probablemente sea una obra de discutible interés para el público de hoy por muchas y muy distintas razones. Felipe Pedraza, gran especialista de Lope, la tiene en gran estima, entre otras cosas, por ver en ella la presencia de técnicas tan modernas como las utilizadas después por Pirandello o Stanislavski. David Castillejo también la valora mucho, llegándola a bautizar como “la obra cumbre, el Hamlet de Lope”1 y, con un sorprendente olfato teatral no siempre presente en juicios más académicos, advierte que “en Alba [de Tormes] compone comedias basadas en la Roma antigua quizá estimulado por la commedia dell’arte”2 (el subrayado es mío). Es decir, Castillejo ya observa que, por los muy distintos perfiles de esta obra, es difícil su representación sin recurrir a dos distintas técnicas: una, realista, para todo lo relacionado con el protagonismo de Diocleciano, y otra, más en tono de farsa, en lo que afecta a los procesos interiores del cómico converso. Quizá por eso, la referencia a la posible influencia lopesca de la commedia dell’arte. En alta estima también la tiene Victor Dixon, que recoge las veneraciones de Castillejo. Pero matiza, “yo no diría tanto; ¿cómo no dar la palma a El castigo sin venganza, una de las mejores tragedias de todos los tiempos?”3 Sin embargo es verdad que Dixon la aprecia mucho, porque inmediatamente afirma que le parece “la más teatral de todas, al mismo tiempo, muy barroca y muy moderna”. Cierto es que este testimonio de Dixon es para tenerlo muy en cuenta dada su doble faceta de académico y hombre de escenario; no obstante, diría yo que eso de la modernidad de esta obra habría que matizarlo mucho para ser aceptado sin más. Porque, en medio de todas estas loas, lo evidente es que Lo fingido… es hoy una obra ausente en nuestros escenarios, ignorada por las compañías actuales, sean de las características que sean, y esto es un dato que no debemos olvidar cuando continuamente estamos perorando sobre la tremenda vigencia que hoy tiene el teatro del Siglo de Oro. ¿Cómo justificar entonces que José Luis Alonso, que Miguel Narros, que Manuel Canseco, que José Luis Gómez, que Alberto González Vergel, que Ignacio García, que “Zampanó Teatro”, que “Morboria”, que “Teatro Corsario” no hayan tenido nunca la tentación de montar esta obra y/o no haya llegado hasta ellos sus “maravillosas” cualidades? Como dice Victor Dixon, puede que “no sea para tanto”, y, aun siendo una obra de interés, haya razones justificadas para su hasta ahora inexistencia en nuestros escenarios. Aunque probablemente estas razones sean más por cuestiones sociales que puramente teatrales. El montaje hoy de Lo