La versión japonesa de El burlador de Sevilla, a cargo de KSEC ACT.
La historia del hombre que busca cuerpos de mujer y rehúye sus almas, da para muchos argumentos y puestas en escena. Algunas, con un Don Juan de ojos rasgados. Con estos presupuestos, Kei Jinjugi dirige este montaje sobrecogedor, en el que lo conocido es perfectamente compatible con el asombro. No es paradoja. Es KSEC-ACT.
El original juego escénico del teatro oriental nos presenta la desfachatez de don Juan a través de una intensidad dramática que reside más en el gesto que en el desafío a los muertos o el engaño a las mujeres.
Bocas torcidas, manos crispadas con metatarsos propios del rigor mortis, músculos en tensión durante una hora y diecisiete minutos, voces extraídas desde el abismo de la laringe, ojos en el límite de sus órbitas. Y, sobre todo, la didascalia básica del teatro oriental: cada actor o actriz no interpreta un personaje, sino la obra entera. Cada hombre o mujer en escena experimenta la pieza completa, a veces con su palabra o movimiento. Esto se manifiesta, esencialmente, en que casi nunca se miran entre sí. Los actores no intercambian miradas. Cada uno y cada una ejecuta su movimiento y su palabra como si estuviera solo o sola en la sala, como si el resto de personajes y el público fuéramos parte también de la escenografía minimalista y simbólica.
¿Hasta dónde llega el poder del gesto? Creo que muy lejos: hasta allí donde el espectador ya no puede experimentar con más intensidad su propia emoción.
PACO MARTÍNEZ NAVARRO.