La nueva propuesta de la Compañía Nacional de El gran teatro del mundo en la temporada 2024-25.
El texto es tan grande que puede aplastar a cualquier actor o actriz. Hay que entenderlo. Y, además, acreedor de una escenografía que ha de contener más símbolos que artificios ingeniosos. Precisamente esto parece ser lo más cuidado en la dirección de Lluis Homar: poca máquina y mucho juego de luz, sombra y color que hace sentirse al espectador en un mundo asimilable, venga de donde venga el usuario de la butaca.
El vestuario ha de integrarse con la desnudez. Lo exige el guion. Y el Sumo Hacedor también. Ropa del siglo de Oro y del Siglo XX conviven con más armonía que el rey con el labrador y la hermosura. Mención especial para Dios/Autor: chaqueta y falda, bigote y tacones, ente andrógino, Madre y Padre, showman con chistera y bastón, propios de director de circo. Y un árbol a la espalda, muy a tono con los colores de su bisexual y bicolor atuendo: verde y azul, el mundo y el cielo unidos en un mismo Ser Supremo.
Un trabajo atractivo y entretenido, que pone en pie un Auto más Universal que Sacramental, pero que adolece de fuerza, pasión, en el cuerpo actoral. Poca proteína para representar la Creación. Los actores y actrices no convencen, solo vencen.
Aun así, el gran mundo del teatro es inmortal porque, entre otras cosas, nos pone delante a Dios, sin filtros, con naturalidad, como un personaje más, con un respeto que linda con la familiaridad orgullosa y desvergonzada. Como un cuñado sabihondo -o nuera sabihonda- a la que no hay manera de pillar en un desliz. La magia fluye en la presunta lección teológica y moral, como en las más abstrusas comedias de capa y espada. Cosas de los Grandes Teatros y los Grandes Mundos.
Paco Martínez 2024.